miércoles, abril 25, 2007

Sangre de Campeón: 21.-Un campeón reconoce que sus poderes provienen de Dios

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Carlos Cuauhtémoc Sánchez
Sangre de Campeón
Novela formativa con 24 directrices para convertirse en campeón.
Ciudad de México
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Quise averiguar cómo era el sitio al que van las personas donde mueren.

Traté de abrir los ojos, pero mis párpados permanecieron inmóviles. Intenté respirar hondo y sentí cerradas las fosas nasales. Inhalé por la boca.

Una punzada en la nuca me hizo darme cuenta de que aún estaba con vida.

- Todo ha pasado –oí la voz de una doctora-. Saliste del quirófano hace casi dos horas.

- Estamos aquí, contigo hijo –escuché después a mi mamá-. Fuiste muy valiente.

Quise responder, pero no logré abrir los labios.

- La doctora nos acaba de platicar –continuó mamá con voz acongojada-, que hubo una complicación en el quirófano. También nos comentó que, en medio del problema, les dijiste a los médicos que aceptabas morir si eso salvaba la vida de tu hermanito. Es increíble, hijo. Gracias.

Los párpados me pesaban como si fueran de plomo.

- Tienen dos chicos maravillosos –comentó la doctora-. Cuídenlos mucho. Ambos poseen sangre de campeones...

- ¡Otra vez esas palabras! ¡Y... esa... voz!

Me esforcé aún más por abrir los ojos y levante la cabeza . Lo logré apenas. Al moverme, sentí, al fin, que el aire entraba por mis fosas nasales y entonces percibí el olor . Era inconfundible.

- IVI... murmuré.

Con su bata blanca parecía una joven y bella doctora.

Papá le preguntó:

- Si el transplante es un éxito, nuestro hijo Riky se salvará, ¿verdad?

- Tiene probabilidades.

- ¿Probabi...?

Detuvo la palabra a medias.

- Sí –continuó ella-. Aún falta la parte más difícil.

- ¡No puede ser!

- Aunque Riky muriera –respondió IVI-, ustedes deben confiar que siempre se hace justicia con la gente buena. En esta vida, o en la siguiente.

Durante unos segundos hubo total silencio. A mis padres les extraño que la “doctora” hiciera ese comentario.

IVI continuó:

- Necesitan buscar la Fuente de Amor, para sentir tranquilidad en los momentos difíciles.

- ¿A qué se refiere? –tartamudeó mamá-.

Las cosas van muy bien, pero la voluntad de los hombres no siempre se cumple y deben confiar en Aquel que tiene la última palabra. Se han difundido teorías de superación que dicen “tu puedes solo, eres autosuficiente, no demuestras debilidad, aléjate de todos, eres como un dios”. No crean eso nunca. Tienen poderes extraordinarios, si, pero no provienen de ustedes sino de la sangre que el Creador ha dado, para regalarles vida. Necesitan aceptar eso con profunda gratitud.

- ¿Por qué nos habla así?

- Es un mensaje que debo darles. Ustedes pueden lograr maravillas y superar las pruebas más difíciles, pero si se alejan de la Fuente de Amor, perderán sus poderes.

- Sigo sin comprender –dijo mamá.

IVI explicó:

- Déjenme contarles algo de lo que fui testigo. Estuve en una provincia soviética durante el terremoto más grave que ha sufrido ese lugar. Formé parte de las brigadas de rescate. Se derrumbaron cientos de edificios y murieron más de cincuenta mil personas.

“Era el invierno de 1998. Una mujer, llamada Susana, fue a probarle un vestido a su hija Gina, estaba en el departamento de la costurera, cuando comenzó el terremoto. La pequeña se había quitado la ropa. Se escucharon tronidos de cristales y fuertes golpes. La estructura de concreto comenzó a crujir. Susana alcanzó a Gina para protegerla de los muebles que estaban desplomándose. Todos gritaban aterrorizados. De repente el piso se fracturó, como una hoja de papel. Susana y su hija, cayeron por el agujero. El edificio de nueve pisos se desplomó en unos segundos. Nadie alcanzó a salir. Mucha gente murió aplastada bajo una montaña de concreto, vidrios y varillas de metal. A cincuenta centímetros sobre Susana y Gina, quedó una losa de cemento detenida por algunas piedras. Gina estaba ilesa y podía moverse en una pequeña área. Susana quedó acostada de espaldas. Tenía una viga muy cerca de la cara que le impedía levantarse. Se cortó la corriente eléctrica; Debajo de ese cerro de escombros, todo era oscuridad. Se escuchaban los gritos ahogados de personas pidiendo auxilio. “Mamá” dijo Gina llorando, “estoy muy asustada”. Susana contestó “Acércate hija, ¿te duele algo?. La niña de cuatro años se acurrucó contra el cuerpo de su madre. No dejaba de llorar.

El ambiente estaba helado y Gina desnuda. Susana, haciendo un gran esfuerzo, moviéndose apenas, logró, después de mucho tiempo, quitarse su ropa, y se la dio a la pequeña.

“Mamá” dijo Gina, “tengo mucha sed”

La oscuridad y el frío congelante le impedían explorar lo que había cerca. Aún así, estiró los brazos y tanteó a su alrededor. Encontró un pequeño frasco de mayonesa. Lo abrió y se lo dio a la niña. Eso le calmó la sed y el hambre por el momento. Susana sabía que iba a morir, pero deseaba que su hija viviera, por eso, no tomó para ella ni una pizca de mayonesa.

Pasaron las horas. El frío se colaba por entre el cascajo en leves corrientes pero, a veces, al aire dejaba de fluir y el ambiente se congelaba. Faltaba oxígeno.

“Procura no moverte, hija” le dijo Susana, “si puedes, duérmete”.

“Mamá, tengo sed”

Susana volvió a buscar con sus manos. No había nada más que pudiera comerse o beberse.

Perdieron la noción del tiempo. La madre comenzó a sufrir pesadillas. Se imaginaba que estaba en el ártico, extraviada entre las nieves perpetuas, desfalleciendo. El hambre y el frío la despertaban y volvía a la realidad. Tenía la piel entumecida y la boca seca. Escuchaba entre nubes la voz de su hija que cada vez sonaba más débil:

“Mamá; tengo mucha sed”

Habían pasado dos días y dos noches. Susana tuvo un pensamiento claro: si no hacía algo pronto su hijita moriría. Estaba desesperada. ¿Qué podía hacer para salvarla? La niña necesitaba un líquido caliente pronto... Guardó el aliento y un estremecimiento le recorrió la piel al razonar que contaba con ese líquido: su propia sangre. Sin pensarlo dos veces, buscó el frasco de mayonesa vacío y lo rompió. Tomó uno de los cristales y se cortó el dedo. Se lo ofreció a la niña. Gina lo chupó con gran desesperación.

“Más, mamá” dijo la pequeña, “dame más...”

Susana volvió a cortarse. La sangre salió de nuevo y su hija pudo beber. Perdió la noción de cuantas veces se cortó, pero Gina estuvo bebiendo la sangres de su madre durante los siguientes días. Cuando, al fin, la brigada de rescate pudo levantar todas las piedras que las cubrían, hallamos a una mujer moribunda y a una niña que aún respiraba...,Las llevamos al hospital. Estuvieron muy graves, pero sobrevivieron. Fue un verdadero milagro. Lo dramático del caso es que la madre compartió con la niña su propio aliento de vida para salvarla.

Ahora, con este ejemplo en la mente, piensen en alguien muy grande y poderoso que, aunque podía haber juzgado y condenado a muerte a la humanidad por sus rebeldías, inexplicablemente prefirió perdonarla y regalarle su aliento de vida... Ustedes tienen poderes extraordinarios, porque hace más de dos mil años, el Padre dio a su propio Hijo, para que todo aquel que en El crea, no tenga miedo nunca mas. Dios mismo entregó hasta la última gota de su sangre purificando la de ustedes. Así fue como brindó a los seres humanos esencia de campeones. No por merecimientos, sino por gracias. Es decir, como un regalo...

Mi madre preguntó:

- ¿Por qué habla como si usted no fuera un ser humano?

- Disculpe, es una mala costumbre.

Papá tomó mi mano y me apretó con cariño. Respondí a su gesto. Después, mamá se acercó a mí, también. Intenté abrir los ojos otra vez. Lo logré. Extendí mis brazos hacia arriba. Mis padres mi abrazaron.

No vieron cuando la joven, vestida de blanco, abandonó el lugar. Yo sí. Me sonrió y le sonreí.

Después de un rato, papá se incorporó y buscó a su alrededor.

- ¿Y la doctora? –preguntó-. Ya no está. Hay que darle las gracias, cuando la volvamos a ver.

Quise decir; “no creo que la vuelvas a ver”, pero me quedé callado.

Papá continuó hablando:

- Hace muchos años, una maestra suplente me ayudó a salir de mis problemas... me contó la historia de las manos orantes y otras parecidas como la de Gina y Susana... Es muy extraño... No quería decirlo, pero esa doctora que acaba de estar aquí, se parece tanto a mi maestra...

Asentí. Entonces le dije a papá con absoluta seguridad:

- Esa mujer es tu maestra. La que conociste en la primaria.

El se quedó pensando unos segundos.

- Imposible –comentó.

- ¡No! –le dije-. ¡Es ella misma!

Mamá me acarició la frente.

- Relájate hijo. Estás abrumado por la anestesia.

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